1er Capítulo Natalia: Los últimos días de la Cuarentena Planetaria
UNA ESPERA DE CINCUENTA AÑOS
Eran las once de la noche de una lluviosa jornada de noviembre, desapacible a más no poder, y el agua golpeaba con furia las ventanas. El frío, el viento y los truenos, coronaban rabiosos un tétrico ambiente nocturno. Noche fría, noche oscura.
Es bien sabido que las esperas en los hospitales nunca fueron agradables, y Romualdo, que no paraba de mirar el reloj a cada rato, era ya a esas alturas un puro manojo de nervios. Nunca tuvo el carácter suficiente para afrontar los problemas, ni a los problemas… ni a su mujer, que era el contrapunto de Romualdo.
Una estirada burguesa heredera de varias fábricas textiles, pero que extrañamente, aunque en teoría pareciera en su día un buen partido para los solteros de la ciudad, cuando conocían un ápice de su gentil carácter y encantadora personalidad, estos ponían los pies en polvorosa como alma que lleva el diablo.
Ahí seguía un taciturno y demudado Romualdo, deambulando sin rumbo por la habitación. Miró otra vez el reloj, nada se sabía, era la imagen de la pura angustia. En esto oyó ruido de zapatillas cruzando el pasillo a paso ligero. Era una enfermera que enfilaba la puerta de la habitación, y tenía puesta su mirada en él, ya no había duda.
−¿Señor Romualdo?– dijo la enfermera.
−Si…si, dígame.−
El gesto serio de la enfermera solo duró unos segundos, pero fueron eternos, y supusieron para él un auténtico redoble en su agonía. Tal era su estado, que en solo un instante Romualdo comenzó a marearse, se le nublaba la vista por momentos. La enfermera enseguida se percató de ello y cuando Romualdo perdió el sentido del oído, solo hubo ya un pitido, y una blanca niebla cubrió irremisiblemente su rostro.
Romualdo solo fue consciente de algunos instantes fugaces, como él en los brazos de la enfermera, la cual gritaba a sus compañeras, pero gritos que Romualdo no podía oír. Después se vio en el suelo rodeado de mujeres en bata, y más tarde divisó sus propias piernas, las cuales tenía tomadas la enfermera en posición vertical.
−Ya está volviendo en sí, mira sus pupilas. Pobre hombre…estaba hecho un flan, ni me dio tiempo a decirle nada.−
En medio de ese pequeño espectáculo en los pasillos del hospital, pasaba su mujer del quirófano a reanimación, cuando pudo ver a su marido
espatarrado en el suelo, con las piernas hacia arriba, rodeado de enfermeras que esbozaban una media sonrisa…
Teodora, su mujer, a pesar de salir del quirófano, se infló de cólera en medio segundo, desatando poco después un tsunami de improperios a su marido, delante de todo el personal y el resto de pacientes.
−¡Imbécil, eres un imbécil, yo en el quirófano y tu desmallado….poco hombre! ¡Miserable! Ya me lo dijo mi madre que en paz descanse, ¡poco hombreeee!− vociferaba Teodora fuera de sí.
Ante semejante demostración de barbarie, en todo el pasillo del hospital pareció descender la temperatura en varios grados, todos se quedaron helados, petrificados. Todos salvo los enfermeros que llevaban a Teodora en camilla, que aceleraron el paso para que acabara aquel bochorno.
−Dios santo, que bruja….cuchicheó una de ellas. ¡Qué barbaridad de mujer, nunca vi cosa igual!; dijo uno de las más veteranas…pobre marido. ¡Ssssssh!, el señor puede oírnos, está espabilando− cuchicheaban entre ellas las enfermeras.
−¿Me pueden ayudar a levantarme, por favor?− rogó un alicaído Romualdo.
Todavía estaba bastante mareado, pero Romualdo ya se había dado cuenta de todo y estaba rojo como un tomate, muerto de vergüenza.
−Debo…debo de ir donde mi mujer.− afirmó él.
−Si, pero tiempo habrá, repose sentado un par de minutos, intente respirar despacio y beba unos sorbos de agua, casi ha perdido el conocimiento.− insistió la enfermera.
−Mi mujer tiene razón, soy ridículo, ¡ridículo!− reconoció muy nervioso Romualdo, al tiempo que se pasaba la mano por la frente recogiendo un mar de sudor frio, sensación de lo más desagradable.
−No se atormente caballero, todos tenemos nuestros momentos de debilidad. Su mujer ha tenido a una niña, ha nacido a las 11 y 11 de la noche, todo ha salido bien, ella y su hija están perfectamente.−
Romualdo apuró el vaso y se levantó directo a la habitación, aunque aún algo tambaleante.
−¡Despacio, despacio! Tenga cuidado con los movimientos bruscos, el mareo todavía le durará unos minutos.− avisó preocupada la enfermera.
Un dubitativo Romualdo se acercó a la puerta de la habitación, temiendo un segundo rapapolvo de su mujer, pues de común ya se sabe, que muchas veces las segundas partes nunca fueron buenas.
−¡Ah, estás ahí! Menudo numerito que has montado, siempre dejándome en ridículo, parece que lo haces aposta. Yo en el quirófano y tu…− aseveró una Teodora en tono displicente.
−Buenas noches y enhorabuena a los padres…− cortó así Marijose el nuevo conato de bronca. Romualdo tal cual, salvado in extremis. Se trataba de una señora ya mayor, de carácter recio que imponía cierto respeto. Romualdo se extrañó al verla, ni la conocía ni la esperaba, pero no era así en el caso de Teodora.
−La cuidadora Marijose, supongo…− afirmo secamente Teodora.
−En efecto así es, mucho gusto.− repuso Marijose impasible.
Teodora pasó a explicarle a su marido, que por amigas suyas de la alta burguesía y la nobleza, MariJose era una matrona y cuidadora de mucho prestigio, directamente se la rifaban, sobre todo cuando hizo una traqueotomía de urgencia a la hija de la condesa, que por accidente se había tragado una avispa y la picó en el esófago, un caso muy sonado años atrás.
−He contratado a Doña MariJose para que críe a Natalia, nuestra hija, pues yo soy una mujer empresaria muy ocupada, no puedo andar de biberones y pañales todo el día, como comprenderás…−
Romualdo callo prudentemente, aunque pensó para si −pero que carajos tendrás tu que hacer, si holgazaneas para levantarte todas las mañanas, y las tardes las pasas en las cafeterías de postín de la ciudad.−
−Además tengo la obligación de ser una buena madre, quiero lo mejor para nuestra hija, que no le falte de nada…y Doña Marijose lo es, sin duda la mejor, no se criará en mejores manos.− sentenció convencida Teodora.
Después de aquel conmovedor alegato a la maternidad, surgido del innato espíritu materno de Doña Teodora, interrumpió tan gentil momento una enfermera con una preciosa niña en sus brazos.
−Su hijita caballero, una niña enorme, sana y preciosa, de cuatro kilos doscientos.−
Romualdo la tomó en sus brazos con sumo cuidado, besándola con ternura y rompiendo a llorar como un niño, aunque lloraba entre risas.
−¡Pero que sensiblero eres Romualdo!. A este paso vamos a tener dos llorones en casa, tú y la pequeña Natalia. ¡Tráemela anda!− apostilló una Teodora como siempre encantadora. Ésta la tomó en sus brazos, pasando a examinarla detenidamente igual que miran los feriantes de ganado a las reses, buscando algún defecto, alguna tara en el animal antes de comprarlo.
−Si, eres bien guapa y sin mácula, sales sin duda a mi familia.− afirmó satisfecha.
Marijose echó entonces una mirada a Romualdo, que estaba avergonzado del trato que le obsequiaba su mujer delante de todos. Algo ya habitual por otra parte, aunque nunca acabó de acostumbrarse. Marijose solo llevaba con ellos unos minutos, pero ya había comprendido sobradamente cómo funcionaban las cosas en aquella familia.
Teodora seguía fijándose en Natalia hasta que reparó en sus poderosos ojos, quedando como ensimismada, embobada. Tal cual los ojos de aquel bebé la hablaran, la escrutaran, la atravesaran…cuando un escalofrío le recorrió todo su cuerpo. Tuvo un mal presentimiento, una incomodad terrible invadió su ser.
−¡Pero esta niña, esta niña…!− dijo una vacilante Teodora.
−Su hija está perfectamente, y no ha llorado nada, ¡nada! Como digo realmente llamativo, ha salido como si tal cosa, y es que no se hablaba de otro tema en el quirófano, ¡parece una personita mayor!− sostuvo la enfermera.
−¿A qué hora a nacido?− preguntó Marijose un tanto intrigada.
−A las 11 y 11 de la noche señora.− contestó la enfermera.
−¡11 y 11…del día 11 de noviembre, mes 11!− dijo Marijose.
Mientras la cuidadora seguía murmurando para sí, acerca de tantos unos que había de por medio en el nacimiento de la pequeña Natalia, Teodora no paraba de mirarse las manos, entre asustada y atónita.
−Pare…pareciera que la niña me hubiese dado corriente, ¡me hormiguean las manos!, me vibran, que sensación tan, tan…− seguía descolocada Teodora.
−No se preocupe señora, son cosas del cansancio, es normal. Ahora intente darle el pecho a la niña, y después las dos a conciliar el sueño.− intentando la enfermera quitar hierro al asunto.
−¡No, no, no….de ninguna manera! Tráiganla un biberón, que para eso lo han inventado…¿para qué se quiere entonces tanto adelanto? ¡Además! Para eso lo pago, que esta clínica no es gratis…− saltó Teodora como un resorte.
−Como desee señora.−
Mientras tanto Teodora y su marido charlaban un rato, Marijose, en un rincón de la amplia habituación escrutaba ahora a la niña, a la que iba a dar su primer biberón. La miró con cara de abuelilla cariñosa, y reparó también en sus ojos, ojos que parecieran querer decir y saber muchas cosas, muy expresivos y enigmáticos. La niña miraba a Marijose, Marijose miraba a la niña, no se decían nada, pero se lo decían todo.
Y después de entablar durante unos minutos este extraño lenguaje mudo, la niña soltó de repente unas grandes risotadas, espontaneas y vivarachas, risas como son las de los bebes, adorables y contagiosas. Esto
llamó la atención de Romualdo y Teodora, que se quedaron sorprendidos por la respuesta de la niña hacia Marijose, con solo poco más de un par de horas de vida.
−Ves Romualdo, ya te dije que era la mejor.− sentenció Teodora.
Pasados unos minutos, llegó la enfermera con el biberón en la mano, y viendo cómo funcionaban las cosas con la madre, preguntó por pura prudencia:
−¿Quién le va a dar el biberón a la niña?−
−Que se lo de Doña Marijose…¡estoy completamente agotada!− dijo Teodora.
−Como no, tráigame el biberón.−
Marijose sabía ya perfectamente que este sería el primero, de muchos biberones y pañales que daría y cambiaría a la pequeña Natalia, pues Doña Teodora no había nacido para limpiar cacas y dar biberones, quehaceres demasiado vulgares para dama de tan alta alcurnia.
Así cumplida la tercera jornada de estancia hospitalaria, justo al medio día, dieron por fin de alta a la pequeña Natalia y a su madre. Las dos estaban perfectamente. Por un lado la niña mostraba ya un carácter muy llamativo, poco habitual, pues lanzaba unas miradas del todo penetrantes, impropias de su edad, llenas de incipiente inteligencia. Mientras que por otro lado, Teodora reprendía y refunfuñaba contra su marido casi por cualquier cosa. Por lo tanto, señal inequívoca de que ambas estaban en perfecto estado.
Marijose, mientras los padres acababan de recoger sus enseres personales, fue bajando con la niña a la entrada principal del hospital, dando la casualidad de ir sola con el bebé en el ascensor. Y cuando se cerraron las puertas, volvió a mirar a Natalia de nuevo.
−No cabe duda de que eres tú, mucho tiempo te he esperado, eres igual que cuando te vi hace 50 años. Tenemos mucho trabajo que hacer, pero todo a su debido tiempo mi pequeña Natalia.− sentenció una orgullosa, a la par de satisfecha Marijose.
Dicho esto la niña comenzó a vibrar, tanto que fue perceptible para Marijose, reparando entonces de nuevo en los ojos de la niña. En ellos relumbró la silueta de un sol, un sol refulgente que solo duró unos instantes, pero detalle suficiente para que Marijose soltara unas graves carcajadas. Simplemente no pudo evitarlo, su medio siglo de espera había concluido.
De esta guisa iba llegando el ascensor a la planta baja, acompañado por la animada banda sonora de las risotadas de Marijose, al tiempo que un matrimonio de aspecto aristocrático aguardaba al mismo. Las ondas carcajadas de Marijose iban in crescendo, poseyendo incluso cierto carácter siniestro,
hasta el punto que el estirado matrimonio acabó por mirarse entre sí, dando entones un prudente paso atrás.
Sonó el din-dong de llegada. Se abrieron las puertas del ascensor y allí estaba la pequeña Natalia en brazos de Marijose, esta última con rictus extremadamente serio, y flemática como era, emprendió el paso.
−Disculpen…muy buenos días.− saludó secamente con la niña en brazos.
Pasó justo entre medias del atónito matrimonio, los cuales se voltearon absortos a mirar a Doña Marijose, que se dirigía ya hacia la salida del hospital con garbo, mirada alta y recta como un palo. Hizo al llegar una señal al taxi allí estacionado, el cual presto se aproximó sin demora.
−Me meto dentro caballero, que hace demasiado frío y no quiero que se resfríe la pequeña…pero aguarde, mis señores vienen ahora mismo.−
−Como guste señora.− dijo el taxista.
Solo un par de minutos después llegaron Teodora y su marido, y sus caras eran las acostumbras. Ella con rostro de cabreo perpetuo, y el de resignación a jornada completa, nada nuevo por el horizonte. Ambos entraron en el coche, con Teodora delante junto al taxista.
−Residencial Fresnedilla 14. Y apure por favor, no soporto los hospitales.− ordenó arrogante Teodora.
El comienzo engancha, ¿para cuando el 2° capitulo? Un saludote.
Bertus aca tenés una perla exquisita para tu próximo video.
https://spiritdaily.org/blog/news/the-apparitions-of-the-2nd-of-the-month-to-mirjana-are-over
Me encanta…. Espero la siguiente!
Saludos Bertus.. avisa cuando tengas el libro completo.. he visto la serie de Natalia varias veces.. me resuena bastante.. un abrazo..
Guau, excelente maestría en el manejo de la trama principal, a pesar de ser el inicio ya se vislumbra su escencia central, Bertus, capturas al lector de una manera directa.
Muy buenas señor Bertus. Alguna vez le comenté en su video en la otra plataforma que esta novela me recuerda mucho a una que yo había escrito durante mis días de preparatoria, y que estuve desarrollando hasta hace un par de años, cuando se perdió en una laptop que ya no tuvo arreglo, justo antes de guardar una copia en una USB. Mi personaje también se llamaba Natalia, aunque compartía protagonismo con un muchacho al cual llamé Leo. La diferencia es que yo escribí el proceso de descubrimiento de las facultades en Leo, siendo Natalia quién en el momento crucial, apareció en su vida para guiarlo, ayudarlo a comprenderlas y desarrollarlas, aventurándose y aprendiendo juntos en ese otro mundo «gris» para ellos.
Su historia es completamente distinta, pero a la va vez me recuerda mucho a la mía, y esto me hace querer saborear esta historia aún más. Espero a leer lo que se viene de su obra. Manda saludos un joven de veintidós años, desde un rincón olvidado del norte de Veracruz, México.
Excelente……!!!
Excelente…..
Hola Bertus me encanta este primer capítulo y espero los siguientes.
Te sigo en los videos de youtube.
Soy Ana de Uruguay
«Es fabuloso» me transporta al lugar y parece que es real. Será un éxito. Espero que pronto edite el libro. «Lo felicito por su temática y el arte de redactar»
Vaya vaya,me tienes intrigada Bertus,ya espero con asias el resto de la historia,haces que vuele mi imaginacion con los detalles.
Saludos y abrazos…🤗😗